
El mundo demanda alimentos
Estamos en presencia de cambios en los mercados de alimentos que exigen comprensión, si es que queremos diseñar políticas productivas que creen empleo y reduzcan la pobreza.
El mundo vive hoy una onda larga de crecimiento impulsada por las naciones emergentes, especialmente en el Asia-Pacífico, con enorme gravitación demográfica; el dato nuevo son centenares de millones que anualmente se incorporan al mercado en demanda de más proteínas animales.
El índice mundial de precios de alimentos está en su valor más alto desde 1845. Hay hoy más de 3000 millones de personas en los países emergentes que demandan más cereales, oleaginosas, carnes, leche, hortalizas, legumbres, frutas, pescados y vinos. Ellos mandan, por medio de los precios en alza, un mensaje muy claro: "Necesitamos sus alimentos porque nuestro nivel de vida está mejorando velozmente".
Las retenciones son atractivas, ya que impiden el alza del costo de los alimentos en el mercado interno, con lo que evitan así presiones inflacionarias. Además, su recaudación es simple, por intermedio de la Aduana; son fáciles de imponer, ya que no exigen la aprobación del Congreso y constituyen una tentación para los secretarios de Hacienda, pues el Tesoro embolsa toda la recaudación sin coparticipar a las provincias (ni siquiera a las que generan la producción).
La cadena agroindustrial es hoy la principal fortaleza de la estructura productiva argentina, con más de la tercera parte del empleo y casi el 60% de las exportaciones totales; estas producciones son demandantes de nuevas tecnologías y modernas maquinarias, impulsadas por un empresariado innovador y dinámico. La abolición de las retenciones tendría un efecto positivo sobre la inversión y la incorporación de más tecnología, lo cual redundaría en más producción y más empleo en la cadena agroindustrial, y contribuiría a un crecimiento regional equilibrado. Este proceso de expansión reduciría la pobreza, ya que se crearían 300.000 empleos.
Pero consideremos la propuesta de eliminar las retenciones y dejar que los mercados funcionen; esta propuesta no es viable, por dos razones. En primer lugar, aparecería un agujero fiscal, insostenible en un país endeudado como el nuestro; además, el impacto del alza del precio de los alimentos implicaría que más de un millón de compatriotas cruzara la línea de la pobreza, lo cual significaría un enorme e injustificado costo social.
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